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Las caras
Se trata de un juego de azar en el que se apuestan importantes cantidades de dinero. Practicado cada Viernes Santo en muchas poblaciones de la comarca, alcanza su máximo esplendor en la localidad de Calzada de Calatrava, donde está declarado «Fiesta de Interés Turístico Regional» desde el año 1993, practicándose sin interrupción desde épocas muy lejanas.
Las Caras parecen tener su origen en el primer Viernes Santo, pues los romanos despojaron a Jesús de sus vestiduras y se las jugaron a los dados. Una segunda hipótesis es que Judas se jugó las treinta monedas con las que entregó a Cristo, mientras que una tercera habla de que los soldados romanos pagaron monedas por la túnica de Jesús que habría sido subastada, por lo que sólo se juega en Semana Santa.
El juego. Hay una persona que tiene la banca y alrededor se colocan los apostantes, que reciben el nombre de puntos, no existiendo más límites para las apuestas que el fondo del que disponga la banca que, situada en el medio del círculo, cubre las apuestas depositadas en el suelo. El baratero es quien organiza y cuida que el juego se haga con normalidad.
Para jugar, se cogen dos monedas de cobre del reinado de Alfonso XII, con la cabeza del rey y el escudo bien visibles. El que tiene la banca junta las piezas, quedando a la vista la cara de las monedas. Esta colocación es importante, y a veces se pide la comprobación. La gente del corro, los puntos, apuesta su dinero, y la banca pone en el suelo la misma cantidad. Se retira a un lado cualquiera y, después de mostrar las monedas al baratero, las tira al aire.
Cuando las monedas se encuentran suspendidas en el aire, resistiéndose a caer, todas las miradas se dirigen al cielo esperando el desenlace. Tras su recorrido descendente, y al chocar las monedas contra el suelo, es cuando se conoce si la suerte nos acompaña.
Es el momento de la verdad. Si al caer al suelo y botar salen las dos caras hacia arriba, el baratero grita: ¡Caras!, y la banca recoge todo el dinero de las apuestas hechas. Si, por el contrario, después de caer y botar quedan visibles los escudos, entonces la palabra que pronuncia es: ¡Cruces!, y son los puntos quienes recogen el dinero de sus respectivas apuestas, pues perdió la banca. Esto supone que el jugador que lanzó las piezas deje de hacerlo y el ‘baratero’ las entregue al siguiente que la haya pedido.
Pero puede ocurrir que, al caer las piezas, quede cada una de lado diferente. En este caso, el ‘baratero’ vocea: ¡Cara y Cruz!, con lo que no gana nadie. Se recogen las piezas, las entrega al banquero y vuelve a iniciarse el juego.
El ‘baratero’ recibe, aunque no siempre, una propina, pues él suele ser el dueño de las piezas y se ocupa de la organización del corro. Pero en caso de ganar los del corro, no hay propina para él.
Cuando las monedas están en el aire, los puntos pueden retirarse de la jugada diciendo: ¡Barajo! A partir de este momento ni pierde ni gana, es como si no hubiese realizado la apuesta. Esta expresión también puede indicar la necesidad de anular la jugada si se ha observado alguna irregularidad.
Unos días antes, los habituales ‘barateros’ preparan sus corros pintando círculos con cal y poniendo en el centro su nombre o sus iniciales. Esto se hace en ciertas esquinas y, sobre todo, en la calle Real y plaza de España, si bien los “corros” más importantes se organizan en el casino y en la obrera, que son dos sociedades recreativas privadas, pero que este día abren sus puertas a todo el mundo. Es normal que en estos corros haya bebidas y aperitivos para festejar los éxitos y apagar los sofocos de las pérdidas.
Gente de toda la comarca y de zonas lejanas viene este día a Calzada con el exclusivo fin de «jugarse los cuartos«, pues aquí, y sólo aquí, existe este juego, que tiene un arraigo centenario. Es muy difícil calcular el dinero que se mueve en esta fecha, pero no resulta exagerado cifrar en miles de euros la cantidad que cae al suelo y cambiar de bolsillo según salga cara o cruz, dentro de un ambiente extraordinario de convivencia.
La calle muestra su emoción con gritos de ánimo por haber recuperado parte de lo perdido o, en el mejor de los casos, haber incrementado las ganancias.
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